El umbral de frío o calor es algo muy subjetivo. Por ello, la temperatura en los centros de trabajo suele ser uno de los motivos principales de discordia entre compañeros. En condiciones extremas, puede suponer causa de catarros e incluso de contracturas musculares. Porque cada persona tiene sus gustos y las sensaciones, por definición, son subjetivas, existe una norma de prevención de riesgos laborales que deja bien claro cuál debe ser la temperatura en la oficina.

No es cuestión de tiritar en agosto, ni de dormirse por la modorra del calorcito de una estufa en invierno. El código de prevención de riesgos laborales, que incluye las recomendaciones establecidas en un largo listado de normas, indica que la temperatura en la oficina debe ajustarse entre 17 y 27 grados centígrados, donde normalmente se realizan trabajos sedentarios. Según el Instituto para la Diversificación y el Ahorro de la Energía (IDAE), la temperatura ideal a la que programar nuestros aparatos es 24 grados en invierno y 26 en verano.

Más productivos y más eficientes

Además de incrementar la productividad, por trabajar más a gusto, ajustar la temperatura a los grados idóneos también puede ser una forma de ahorrar en dinero y en recursos. Según IDAE, por cada grado que aumentamos la calefacción se incrementa el consumo de energía en un 7%, aproximadamente. Y si los aparatos que adquirimos para ajustar la temperatura son inverter, con etiquetado A+++, ahorraremos hasta un 40%.

Pero hay otras cuestiones fáciles a tener en cuenta para mantener la temperatura idónea en una oficina. Porque entre el 25 y el 30% de las necesidades de calefacción se deben a pérdidas de calor en los cerramientos. Así que un buen aislamiento, también ayuda a estar más a gusto y a trabajar mejor.